martes, 29 de marzo de 2011

De los ascensores

De la corta historia de los ascensores han surgido clásicos a patadas: el de hablar del tiempo con los vecinos, no saber dónde mirar, hacer el canelo en el espejo cuando vas solo, aprovechar el espejo para mirar a la vecina sin que resulte incómodo, el perro que casualmente "tranquilo, no muerde", el vecino que te deja el recado, etc.

Sin embargo, de todos los clásicos de los ascensores el que más me inquieta es por qué aceleran el proceso de la vejiga: es ponerse a esperar al ascensor y lo que hasta unos segundos antes era un tímido aviso, se convierte en unas irreprimibles ganas de... mear. Además, según vas subiendo las ganas aumentan, aunque parezca imposible, todavía más. Menos mal que no frecuento los rascacielos...