Juanito me ha sugerido que escriba sobre el clásico de saludar al segurata. Debo confesar que me ha cogido un poco a contrapié la propuesta, más que nada porque estábamos de cañas hablando de otros temas. Pero como es mi Juanito (sin mariconadas, que hoy en día hay que aclararlo todo), accedo a su deseo.
Y es que es curioso cómo el agente de seguridad privada, que en ocasiones carece de arma, pero nunca de porra al cinto ni de uniforme probablemente marrón, y al que el pueblo llano y el menos llano denomina amistosamente segurata, discurre por nuestras vidas sin pena ni gloria, pero garantizando nuestra seguridad, como salamandra en las paredes de una cálida terraza veraniega.
Porque siempre que pasamos junto a ellos (los seguratas) sin pensar ni lo más mínimo en el inestimable servicio que nos prestan (expuesto en el párrafo anterior) les dedicamos desde el coche un leve e inconsciente gesto de agradecimiento -véase un rapidísimo y breve ademán de elevación de la mano en vago gesto de salutación o un "buenaaas" verbalizado de forma similar al gemido de una vaca o como quien dice "vengaaa (elipsis: por favor, ni me pares ni me hables)" sin la menor intención de establecer contacto alguno, sea visual o emocional, porque del físico ni hablar.
Satisfecho por la injustificada aportación de este pequeño compendio sobre el particular, procedo a recogerme en mis humildes aposentos.