El ser humano está creado para alcanzar las más altas cotas. Sin embargo, no es ser humano quien no tiene su día de chándal de vez en cuando. Y es que, con el ajetreo continuo al que nos somete la compleja vida moderna, es necesario -yo diría que una vez al mes es la medida perfecta- dedicar alguna jornada a lo que se podría llamar "floñarse", especialmente en los fríos días de invierno.
La cosa sería más o menos así: despertarse cuando Dios quiera, no levantarse hasta que por el olfato o los ruidos intuyamos que el desayuno ya está servido, atacar la mesa servida sin prisa pero sin pausa (no hay que tener miedo a tomarse diez tostadas de aceite, pero siempre de dos en dos), leer todos y cada uno de los artículos de la prensa. Llegados a este punto se introducen diversas variables: si es domingo habrá que pegarse una ducha de una hora en la que nos aprendamos de memoria lo que dicen los botes de champú y de gel (no vale salir sin los dedos arrugados) para poder asistir a Misa de dos como buenos cristianos; si no es domingo, podemos omitir la ducha por el momento y dirigirnos, ya con el chándal puesto, al sofá, donde un partido de la Premier o de segunda división B siempre son bien recibidos (las mujeres pueden aprovechar este momento para abrir el Hola o similares). Así ya hasta la hora en que el cuerpo nos pida comer.
Continuará...
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