El Adviento (la llegada, en referencia al inminente nacimiento de Jesús de Nazaret) es un tiempo repleto de entrañables tradiciones. Hoy quería hacer referencia a dos auténticos e inolvidables clásicos propios de este periodo.
Uno de esos clásicos sólo se suele vivir en las iglesias y en las familias de raíz cristiana: es ese ramo circular en el que ya se atisban los decorativos navideños y en el que van incrustadas cuatro velas. Cada uno de los cuatro domingos se enciende una vela, lo que no deja a veces de ser motivo de conflicto en las familias numerosas, en las que los niños se pelean por ser los protagonistas de la jugada.
El otro gran clásico es el calendario de Adviento: ese cartón con una ventana cerrada para cada día del Adviento y que, al abrirse, contiene una fina e insultantemente ridícula chocolatina que, sin embargo, no podemos evitar que nos vuelva locos porque llegue el día siguiente. Por supuesto, a la primera semana algún impaciente ya se ha comido todo el calendario. Y es que el dichoso cartón es todo un ejercicio de paciencia, templanza y fortaleza para niños y adultos.
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