Prefiero llamarlas postales navideñas pero, en aras de la economía lingüística y del entendimiento mutuo, los llamaré christmas. Los que nacimos en los ochenta posiblemente seremos la última generación que los recordará. Porque internet y sus "fotos google" los han sustituido. Además, los pocos que todavía se venden en las tiendas suelen ser horteradas de colores chillones, estrellitas, arbolitos, palabras que significan valores universales aunque estén cada día más vacíos de contenido y, cómo no, del gordo vestido de rojo y sus conocidos renos homosexuales.
Y contaremos a las generaciones venideras que en los días de nuestra infancia, cuando llegaba la Navidad, la casa se abarrotaba de christmas, que mamá conseguía mantener en delicado equilibrio sobre una mesita habilitada exclusivamente para ellos. Y contaremos la ilusión que nos hacía recibir el tradicional christma de ese tío que vivía en el extranjero, de aquel amigo de la familia de toda la vida o el del colegio. Y les daremos envidia diciéndoles que hubo una época en que recibíamos christmas personales, escritos sólo para nosotros y que encima suponían el esfuerzo de comprar la postal, un sello y un sobre, escribir e ir al buzón.
Y ellos se tendrán que dar con un canto en los dientes, como nosotros ahora, si entran en alguno de los correos electrónicos masivos de felicitaciones impersonales de sus amigos. Salvo que te decidas a escribir, todavía estás a tiempo, al menos un christma en esta Navidad.
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