Últimamente he presenciado o he formado parte de alguna que otra discusión entre familiares, entre amigos y entre conocidos, unas más graves, otras menos. Pero después de todas he sacado las mismas conclusiones que saco siempre: que discutir no vale la pena si la pasión está por medio, si no se escucha a la otra parte, si se termina o versa sobre lo personal (salvo que haya mucha amistad y se dé el contexto adecuado), si no se está dispuesto a aceptar opiniones distintas a la tuya (que son tan lícitas, salvo que provengan de un asno, como la tuya, al menos en el 95% de los asuntos, por lo que el 5% restante al no ser opinable tampoco vale la pena ser discutido), si no es con personas de similar inteligencia o cultura a la tuya si es que el tema exige tener la primera o haber adquirido la segunda, si hay mucha gente, si -en definitiva- no eres capaz de acabar riéndote de la discusión con la persona con la que discutes.
Pues eso: paz y buenos alimentos... que las discusiones no nos amarguen, y que tampoco rehuyamos las que sean necesarias y útiles, porque ésas sí que valen la pena y nos hacen crecer... por dentro, claro (por si algún bajito ya se había hecho ilusiones).
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