La nieve, como el futuro, es de los niños. Todos los años, con la nieve, vienen dos actitudes: la de los adultos y la de los niños. Para los mayores, demasiado metidos en su mundo, el día que hay nieve es deprimente y está lleno de quejas: que si más atasco, que si así no hay quien ande por la calle, que si qué hace ese niño tirando bolas de nieve, etc. En cambio, los niños -o los pocos adultos que aún se dejan impresionar por algo- son felices: un día de nieve es la oportunidad perfecta para pasar el día en la calle haciendo muñecos, para colar nieve por la espalda a los amigos, para organizar una buena guerra de nieve... Hay que volver a ser un niño:
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