De vez en cuando a uno le toca pasar noches en blanco. No me refiero a las noches gloriosas que últimamente estamos viviendo los aficionados madridistas, sino a esa maldición que de vez en cuando te acecha cuando no puedes dormir de ninguna manera. Pero no quiero hablar del insomnio que crean las preocupaciones o la conciencia intranquila. Todo lo contrario: quiero hablar de esas noches en que todo va bien, e incluso notas esa inefable sensación de apreciar cómo te estás durmiendo... hasta que de repente un jodido mosquito se te pone junto al oído sacándote de tu plácido estado semi-inconsciente con su insoportable y estridente ¡¡¡bsssss!!!. Desde ese momento sabemos que estamos condenados a pasar la noche en blanco, lo cual se debe a la mezcla de varios sentimientos: el susto recibido, esa especie de miedo a un nuevo ataque en el momento justo de dormirse (jamás entenderé cómo el mosquito black&decker averigua ese instante preciso) y la profunda mala leche que nos provoca ese temor a un nuevo taladro inesperado.
Entonces, desesperado, a uno sólo le queda preguntar con Groucho Marx: noches blancas, ¿por qué sois tan oscuras?... o bien dar por perdida la batalla y ponerse a escribir este artículo a las tres de la mañana.
Entonces, desesperado, a uno sólo le queda preguntar con Groucho Marx: noches blancas, ¿por qué sois tan oscuras?... o bien dar por perdida la batalla y ponerse a escribir este artículo a las tres de la mañana.
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