Hoy he celebrado, cinco años después, la fiesta de mi Patrona de mi Madrid: Santa María de la Almudena. Después de tres años de éxodo valenciano y dos de despiste, he asistido a la Misa en su honor en la Plaza Mayor, con la renovación del voto de lealtad de la Villa, y luego un rato a la posterior procesión.
Efectivamente, Madrid no celebra con tanta pasión a su Patrona como lo hacen los sevillanos o mis queridos valencianos, pero es que aquí la procesión va por dentro. Y la verdad es que ya estaba un poco harto de tanto empujón en la levantina Plaza de la Virgen. No es que haya menos gente en la procesión de la Villa, sino que la gente va con calma. He podido pasear tranquilamente durante diez minutos junto a mi Patrona, sin pisotones ni niños volando, le he dicho mis cuatro chorradas y me he vuelto a casa muy contento, porque ya casi se me había olvidado que el pueblo madrileño es el mejor del mundo.
En honor al cardenal, al que tanto le gusta el Himno de la Almudena, aunque lo cante, seamos sinceros, tan mal, pondré la canción con la que me he emocionado esta mañana (aparte, claro está, del himno nacional que ha sonado tras la consagración, pero de ésto no hablaré ahora):
Salve, Señora de tez morena, Virgen y Madre del Redentor, Santa María de la Almudena, Reina del Cielo, Madre de amor. Santa María de la Almudena, Reina del Cielo, Madre de amor.
Tú que estuviste oculta en los muros de este querido y viejo Madrid, hoy resplandeces ante tu pueblo, que te venera y espera en ti.
Bajo tu manto, Virgen sencilla, buscan tus hijos la protección. Tú eres patrona de nuestra Villa, Madre amorosa, Templo de Dios.
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