Tranquilo: no es que por las mañanas sea un beato y por las tardes un psicópata, sino que últimamente estoy en Misa más malpensado que de costumbre con ciertos clásicos que se dan en toda iglesia y que por un lado me crispan y por otro me hacen gracia, pero que en cualquier caso jamás entenderé.
Uno de ellos es el de por qué siempre los cuatro gatos que no se arrodillan en la consagración deciden ponerse todos en la primera fila y taparte el momento más importante. El otro es el de muchas monjas y algunos curas que tardan una eternidad en decir cada frase de la Misa: en el tiempo que cualquiera termina el Padrenuestro ellos todavía van, con una extraña habilidad para estirar cada palabra, por el nuestro... Podrías decir quinientas veces amén en el tiempo que ellos invierten en decirlo una. ¡Es como si ya vivieran en la eternidad y no tuvieran prisa para nada! En fin, sin rencores...
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