Cada dos de noviembre celebramos en la Iglesia la fiesta de todos los fieles difuntos. Sí, he dicho "celebramos" y "fiesta", porque, como decía un viejo amigo, para los que somos cristianos, la muerte es vida. Unas palabras del Apocalipsis que me encantan:
"Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él enjugará todas sus lágrimas, y no habrá ya más muerte, ni pena, ni grito, ni dolor, porque el mundo viejo ya habrá pasado."
"Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él enjugará todas sus lágrimas, y no habrá ya más muerte, ni pena, ni grito, ni dolor, porque el mundo viejo ya habrá pasado."
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