Andaba esta tarde por la madrileña calle de Sagasta a la altura de la boca de metro de Alonso Martínez cuando, para desagradable sorpresa, un claxon casi revienta mis oídos. Como me quedé sordo pero no ciego, miré al coche del que había emanado tan estridente sonido y descubrí con disgusto que el tío que había tocado la bocina se encontraba parado en sexta fila de un semáforo en rojo...
Yo entiendo que se pueda tocar el claxon para avisar a alguien que puede chocar contigo, para hacer notar que el semáforo lleva unos segundos en verde o incluso para animar al de delante a que conduzca un poco más rápido. Lo que no entiendo, porque no tiene sentido alguno, es que un amargado pague sus desquicies porque el semáforo está en rojo con todos los coches que lo rodean y con los que vamos andando por la calle y con las abuelitas que están tranquilamente en sus cómodas casas de la calle Sagasta viendo el programa de Ana Rosa.
Total: ruego encarecidamente a los amargados que no nos toquen la bocina (sí, la bocina).
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