El pasado domingo me dio una de mis venas y me fui con dos amigos, Carlos y Juanpe, a una de las muchas ciudades de Castilla. No diré su nombre para no herir sensibilidades, ya que el lugar era de lo más aburrido y menos atractivo de España. Ciudad elegante en algunas zonas, eso sí. Lo que más nos llamó la atención fue que las calles estaban absolutamente desiertas en pleno fin de semana. España llana y profunda, diría Juanpe más tarde. La comida, por cierto, un diez, pero nos clavaron. Fue un consuelo que el camarero nos confesara que la gente de su ciudad es bastante rara.
Aunque fue una experiencia un poco lamentable, no me arrepiento de haber ido allí. Por dos motivos: primero, porque a pesar de todo es difícil que uno con sus amigos lo pase mal; segundo, porque conozco un poco más España y, por tanto, a los españoles. En el futuro, cuando me cruce con algún nativo de esta ciudad podré entender sus rarezas o su peculiar forma de ser, porque habré conocido el entorno en el que se crió. Eso sí: antes de volver me lo pensaré dos veces...
Aunque fue una experiencia un poco lamentable, no me arrepiento de haber ido allí. Por dos motivos: primero, porque a pesar de todo es difícil que uno con sus amigos lo pase mal; segundo, porque conozco un poco más España y, por tanto, a los españoles. En el futuro, cuando me cruce con algún nativo de esta ciudad podré entender sus rarezas o su peculiar forma de ser, porque habré conocido el entorno en el que se crió. Eso sí: antes de volver me lo pensaré dos veces...
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