El pasado puente del Pilar tuve la ocasión, después de mucho tiempo, de volver a jugar al mus. Este clásico deporte nacional es grande por las virtudes que requiere para llegar a ser un buen jugador: discreción, honradez, compañerismo, audacia, prudencia y tantas otras.
Y es que si hay algo denostado en el mus son los charlatanes, los tramposos, los que se enfadan con su compañero, los que siempre envidan a chica y los que a la primera de cambio se lanzan a un órdago.
En cambio, qué gusto da jugar con los que saben estar mudos ante los clásicos comentarios desestabilizadores de la pareja rival, los que respetan el mus corrido y sin señas o no cambian esa carta cuando el resto no mira, los que con dos pitos envidan a la grande y dejan que la chica se escape y los que, tras haberse marcado un farol, saben rectificar a tiempo no lanzándose a un órdago imposible.
Por todo esto, me gusta el mus.
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