No hace tanto que el fútbol era, salvo un partido, los domingos por la tarde y tocaba escucharlo por la radio. Ni que se jugaban los partidos de Primera en los míticos Las Gaunas, El Helmántico o el Rico Pérez. No hace tanto del Dream Team ni de la Quinta del Buitre. No hace tanto que la Liga tenía más emoción hasta el final porque las victorias sólo sumaban dos puntos. Ni que uno de los mayores atractivos del final de temporada era la promoción... ¡ay, aquél Albacete- Salamanca y su prórroga! No hace tanto que sólo entraba en Champions el que quedaba primero, ni que el Depor era un recién ascendido. No hace tanto que se daban tacones, se hacían chilenas y palomitas y había tanganas en los partidos. Ni que los minutos añadidos eran pura incertidumbre. No hace tanto que había futbolistas feos, fumadores o con bigote. Ni que todo era un poco más cutre o, mejor dicho, menos glamuroso y, quizá por ello, más familiar, más acogedor, más de andar por casa.
Nos han cambiado el fútbol de la noche a la mañana, y el fútbol de anoche es ya el fútbol de antes...
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