Antonio Fontán no fue sólo una de las cinco firmas de la Constitución española de 1978, ni fue sólo el primer presidente del Senado de la actual democracia, ni aquel ministro de la Administración Pública de la UCD, ni tampoco fue únicamente el mundialmente reconocido como gran defensor de la libertad de prensa, ni sólo un humanista de raza, ni sólo un profesor de los que de verdad son maestros, ni sólo uno de los mejores defensores del pensamiento liberal, ni sólo un gran amante de España. Además de todo eso, y sobre todo, fue un gran cristiano, una gran persona, a la que tuve la suerte de conocer, aunque fuera muy poco, personalmente.
Acabo de leer la reciente noticia de la muerte de mi admirado Antonio Fontán. ¡Lo que acaba de perder España! ¡Lo que acaba de perder! Qué pena. Descanse en paz (seguro que así es).
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