Mientras escribo estas líneas es probable que sólo una minoría de la población española se encuentre en su hogar, y es que sus Majestades de Oriente pasean esta tarde por nuestras calles y, quienes no han ido a saludarles, es porque están colaborando frenéticamente con ellos en los diversos centros comerciales de su ciudad.
Ir a una cabalgata es una experiencia muy divertida: en ella puedes ver el entusiasmo en los ojos de los niños, que siempre suelen volver algo decepcionados porque un egoísta que se encontraba a su lado ha abierto un paraguas colocándolo boca arriba para arrebatarle todos los caramelos que lanzan los pajes. Papá suele acabar con los hombros machacados de llevar al niño a hombros y mamá con las manos enrojecidas de llevar tantas bolsas desde El Corte Inglés a casa y, encima, a escondidas. Pero ¿qué no vale la ilusión de un niño?
Ir a una cabalgata es una experiencia muy divertida: en ella puedes ver el entusiasmo en los ojos de los niños, que siempre suelen volver algo decepcionados porque un egoísta que se encontraba a su lado ha abierto un paraguas colocándolo boca arriba para arrebatarle todos los caramelos que lanzan los pajes. Papá suele acabar con los hombros machacados de llevar al niño a hombros y mamá con las manos enrojecidas de llevar tantas bolsas desde El Corte Inglés a casa y, encima, a escondidas. Pero ¿qué no vale la ilusión de un niño?
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