lunes, 4 de enero de 2010

Dulces navideños


Aunque la tan famosa crisis haya llegado casi hasta el último rincón de nuestra sociedad, quien más quien menos ha dispuesto este año la mesa de su salón con algunos dulces navideños.

Mi favorito es el turrón de Alicante, ese de color blanco cubierto por una fina capa como de papel similar a las obleas. Lo único malo es que cuando te tomas tres trozos los dientes ya empiezan a doler; entonces es cuando pasas a los de chocolate, que te empachan enseguida. Tres cuartos de lo mismo sobre el turrón de... turrón (qué pringoso es, por cierto). Total, que, decidido, vuelves al de Alicante pero, como es el más rico, ya se ha acabado, por lo que decides atacar el más parecido: el turrón de guirlache, que cansa también muy pronto y que además te deja el guirlache más pegado a los dientes que un niño pequeño a sus padres.

¿Qué decir de los polvorones? Si alguien ha visto un papel de esos que los envuelven totalmente vacío, que me llame y me lo comunique: hasta la más delicada de las conciencias es incapaz de acabar con esa amalgama de cosas llamada polvorón. Menos pesados son los mantecados, pero tienen el problema de que sólo nos aficionamos a uno de ellos, con el que acabamos enseguida; algo parecido a lo que ocurre con el único bombón que nos gusta de una enorme y variada caja. Lo que nunca nos planteamos probar, salvo los que son muy sacrificados (que, habitualmente, son los mismos que cuando hay cocacola y fanta de limón optan por esta última), son los mazapanes: a quien le gusten le pagaría con millones de ellos... aunque tendrá que darse prisa, porque en mi casa, al llegar el mes de febrero, ya los tiramos -Dios nos perdone- por puro desistimiento.

Me permito, para acabar, una sugerencia: pruebe los roscos de vino con una copita de pacharán al lado. Entran mucho mejor. Y, mientras tanto, esperemos al mejor de los dulces de Navidad: el roscón de Reyes.

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