Los bancos sirven para algo. No me refiero a las entidades financieras, que está claro que no sirven más que para asfixiarnos, sino a esos asientos alargados de madera que encontramos estratégicamente distribuidos por las geografía urbana y rural de nuestro país.
Si uno no encuentra un lugar concreto no hay que hacer sino acercarse a uno de esos bancos ocupado por un par de abuelos, cuya misión en la vida, recorrido ya el largo camino laboral, no es otra que acudir puntuales a su cita con el banco y su amigo y disponerse a responder a las preguntas de los desorientados transeúntes con rutas lo más precisas posibles. Es gracioso ver cómo los abuelos suelen discutir entre ellos acerca de la ruta más rápida posible, ante la perplejidad y las prisas del que pregunta.
En fin, brindo por los abuelillos que sirven a la sociedad de este modo, su esfuerzo es necesario en una sociedad que cada vez está más tomtomizada, pues aportan un toque personal que ningún gps del mundo puede proporcionar.
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