miércoles, 1 de marzo de 2017

El autobús y/o la autobusa y/o lo autobuso

Para las instituciones y la legislación españolas ha muerto la verdad, dejando por el camino los cadáveres del sentido común, del concepto de sexo, de la anatomía humana, de la antropología, de la moral, de la libertad de expresión y, finalmente, de la libertad de pensamiento. Probablemente por ese orden.
 
 
Que haya un pequeñísimo porcentaje de personas que nacen con una configuración hormonal distinta a la de la mayoría no quiere decir que el sexo (lo que ahora equivocadamente llaman género) sea algo que se elige. Sólo quiere decir que son personas con una configuración hormonal distinta a la de la mayoría, y que hay que respetarlas y tratarlas por igual que a las demás, pues son personas. La misión de la ley es lograr esto, no entrar a valorar ni, por supuesto, imponer, lo otro.
 
Creo y espero que, mientras la ley y las instituciones no recuperen el norte, el común de los mortales seguiremos indicando a nuestros hijos donde está.
 

miércoles, 11 de enero de 2017

La incultura del titular indiscutible

No, no me refiero al intelecto en barbecho de Lionel Messi o Cristiano Ronaldo.

Hablo de ese cáncer que se ha introducido en las sociedades en las que Internet forma parte de la vida diaria de las personas, y que se caracteriza por la prevalencia de los titulares sobre las noticias, del continente sobre el contenido, del morbo -cuando no la insidia o la mentira- sobre la verdad. Y por la condena al ostracismo a quien osa enfrentarse a esta actitud banal y se atreve a pensar por sí mismo o le da por escribir más de cinco líneas sobre algo.

Cuando basamos nuestro conocimiento en la asunción acrítica de las frases redondas que caben en un tweet, cuando juzgamos a las personas o los conflictos por los morbosos y cambiantes titulares de los periódicos online, cuando formamos nuestra visión del mundo con las imágenes interesadamente recortadas que acompañan a las noticias de los telediarios o tertulias, estamos no sólo siendo unos profundos ignorantes, sino renunciando a nuestra libertad, individualmente y como sociedad. Pues la verdad va más allá de todo eso, y su descubrimiento exige una actitud personal de aprendizaje, de disección interna de la amalgama de información diaria que nos invade. Exige leer, escuchar y pensar. Sólo así seremos libres, pues, cuanto mejor sabemos, mejor podemos elegir.

Vayamos más allá de las frases de sobrecillo de azúcar. Pensemos por nosotros mismos y, sólo después, hablemos. Diciendo la verdad. Empezando por la mayoría de los periodistas, joder, que vendéis opinión como si fuera información; tanto que, cuando de verdad intentáis dar ésta, la dais mal, quizá por falta de costumbre.