jueves, 30 de abril de 2009

El mítico Casio

Todos lo hemos tenido alguna vez y muchos lo echamos de menos. Cuando te lo regalaban los Reyes y lo comparabas con los de tus amigos, casi te daba vergüenza llevarlo: son de esos complejos de la infancia que luego en la madurez se convierten en orgullo de clase (de la clase de la gente que lo ha llevado). El mítico Casio que podríamos llamar Illuminator es mucho más que un reloj: es una infancia.

Este reloj es más antiguo que ninguno y, sin embargo, en su ingenua sencillez, era más completo que casi todos. Marcaba la hora, tenía alarma, cronómetro y una luz muy socorrida y fácil de localizar. Pero su cualidad más importante era la delgadez. Con él podías jugar al fútbol, e incluso adentrarte en una cueva: luego, le quitabas la arcilla con agua -más ventajas, era acuático- y punto. Y qué decir de su sobriedad elegantemente llevada con el color negro, aunque ahora por lo visto los hacen de colores... es la postmodernidad.

miércoles, 29 de abril de 2009

Llanto en Sicilia

Si no has visto El Padrino III no veas el vídeo ni sigas leyendo, y véte a verla.

¡Qué grito el de Michael! Le dan ganas a uno de llorar y gritar también. Sin duda alguna, el final más emocionante y triste de la historia del cine...

Recibir una carta

A veces llegamos a casa y nos dicen desde el fondo del pasillo: ¡tienes una carta! La vida, por desgracia, es tan normal, que siempre, tras una pequeña punzada en el corazón, descubrimos que esa carta es del banco o de publicidad. Pero llega un día, cada mucho, muchísimo tiempo, en que ves que esa carta es de un amigo. Entonces, no la abres de inmediato: observas atentamente el sobre, con todos sus detalles, y la guardas celosamente en un cajón para leerla en un momento de mayor tranquilidad. Cuando por fin decides leerla, la relees unas cuantas veces, y te propones contestarla. Ese propósito casi siempre se retrasa bastante.

Al llegar el verano, te aburres un día y decides ordenar tu habitación. Es entonces cuando vuelves a ver la carta, y la vuelves a leer. En ese momento esa carta entra en un archivo que sólo volverá a ser revisado el día de tu muerte.

Aunque tras la aparición de internet se reciben menos cartas, no dejan de sorprendernos de vez en cuando... ¡y qué ilusión hacen!

lunes, 27 de abril de 2009

La siesta

Existen varios tipos de siesta. Vayamos, pues, por orden cronológico, desde que nos despertanos por la mañana hasta que nos dormimos por la noche.

Forzando un poco, podríamos considerar como siesta esos primeros momentos que le robamos al día nada más sonar el despertador, cuando retozamos en la cama y nos abrazamos a ella como si en aquello nos fuera la vida. Pueden ser unos minutos nada más pero, si nos dejamos llevar, corremos el peligro de despertar sobresaltados dos horas más tarde, llegando tarde a todos sitios.

Hay quienes dicen que siempre se duermen en la primera hora de clase: en honor a ellos, citaremos este tipo de siesta, pero sin detenernos demasiado, pues yo no tengo la dicha de experimentarla.

Poco antes de comer viene la siesta del cordero. Es lógica, lícita y maravillosa. Caemos en ella por puro decaimiento físico: hemos estado trabajando varias horas, no hemos tomado la media mañana, el cuerpo no resiste y se queja durmiendo.

Después de comer viene la famosa spanish siesta: tras la comida la vista se queda borrosa, la tripa pesa, el televisor suena con una de indios y vaqueros, y lo demás viene solo. Dentro de este tipo de siesta hay hasta tres subtipos, según el tiempo de duración: la microsiesta (de dos segundos de reloj de esos que parecen una eternidad), la standard (30 minutos) y la de pijama y orinal (ha de ser obligatoriamente en la cama y concluye a la hora de la cena con el cuerpo pasado por agua). A los usuarios del segundo y tercer subtipo se les ruega encarecidamente que tomen una buena ducha antes de reanudar su jornada.

Y por último, está la siesta más peligrosa: la de antes de cenar. Sus características son similares a las de la siesta del cordero, pero se distingue de ella por sus dos posibles consecuencias: la feliz (que amanezcas al día siguiente) o la infeliz (que te despiertes para cenar: ya no pegarás ojo hasta bien entrada la madrugada).

Si quieres ser feliz, escoge una de ellas. Si quieres vivir en otro mundo, coge todas.

domingo, 26 de abril de 2009

La mujer española

De espíritu peleón, la mujer española no se deja amedrentar por las dificultades: lo que debe hacer, lo hace. Afanosa en lo doméstico y tremendamente familiar, la española nace preparada para ser madre de una larga prole de salvajes a los que hay que domesticar. Su gesto favorito son los brazos en jarra. Su carácter es reacio a la blandenguería y a la frivolidad: si te pasas un pelo, bofetón al canto; vamos, que no es precisamente lo que se llama una mujer fácil. Y es que ya lo decía la Tuna: la española cuando besa es que besa de verdad, y a ninguna le interesa besar con frivolidad. Es coqueta como todas, pero no aguanta la coquetería. Es sensible como todas, y sin embargo no soporta la sensiblería. Es amante como todas, y tiene en cambio ese raro odio hacia el amor que hay en España, que en realidad no es otra cosa que pudor. Contradictoria, pero coherente como ninguna. ¡Qué pasión la de la mujer española! Si hubiera ido a la guerra, ahora el mundo entero hablaría español.

viernes, 24 de abril de 2009

Athletic Club

Desde tiempos inmemoriales oía yo a mi tía abuela Ana Mari, vasca de raza y española hasta la médula, decir que ella era del Athletic de Bilbao porque era el equipo más español. Lo que a mí siempre me había parecido una contradicción ayer se convirtió en simple paradoja, gracias a una explicación que me brindó el columnista de ABC y escritor de novelas Juan Manuel de Prada.

Me dijo que en los años 40-50 el equipo de Franco era el Athletic de Bilbao, y que el equipo de España era éste mismo. Más aún, me dijo que el segundo equipo de todo el mundo era el Athletic, precisamente porque representaba de alguna manera a España. Por supuesto, la explicación acabó con un "los tiempos cambian". Y tanto.
Athletic, Athletic, zu zara nagusia!

jueves, 23 de abril de 2009

Una rosa y un libro

Esa es la costumbre en el día de hoy, al menos en Cataluña: una rosa para ella, un libro para él. Ésto lo hacen en honor a su Patrón: San Jorge.

En el resto del Planeta lo que celebramos hoy es el día del libro, y es que en tal día como hoy murieron dos gigantes de la literatura universal: Don Miguel de Cervantes y Sir William Shakespeare.

Hoy es el típico día para retomar ese propósito que nos hacemos al comienzo de cada año: leer más o, al menos... leer. Así que ¡ánimo! Existe algo más allá de la realidad que nos hace capaces de transformarla, y ese algo es la literatura.

miércoles, 22 de abril de 2009

El pisotón que nadie vio

Ojo a don Manolo Sanchís en el segundo 17 de vídeo. Se acerca por la derecha y... ¡zas! El pisotón que nunca nadie vio (y que no se le ha escapado a mi hermano Manu) por estar más pendiente del de Juanito. Grande, Sanchís, grande.

martes, 21 de abril de 2009

Juanito

En 54 segundos Juanito se describe a sí mismo mejor de lo nunca lo ha hecho nadie:



Siempre Juanito.

lunes, 20 de abril de 2009

Católicos gallinas

Juan Manuel de Prada, un Chesterton del siglo XXI, publicó el 20 de enero de 2003 un artículo que hacía tiempo que quería colgar, pues es uno de mis clásicos favoritos. Es un poco largo, pero vale la pena leerlo entero:
Se refería en su último artículo Ignacio Sánchez Cámara a un catolicismo débil que adopta «una cobarde estrategia de repliegue». Con su habitual comedimiento, quizá mi dilecto Sánchez Cámara se quedó corto. Podría decirse, sin temor a incurrir en la hipérbole, que la enseñanza evangélica más profusamente aplicada por los católicos empieza a ser aquella que aconseja exponer la otra mejilla a la bofetada del agresor. Sólo que, mientras Jesucristo vindicaba este comportamiento como negación de la capacidad dialéctica de la violencia, el católico contemporáneo lo interpreta torcidamente y lo acata como un designio de capitulación constante, aun en los asuntos que más atañen a sus convicciones, por las que Jesucristo –no lo olvidemos– entregó la vida. Se ha entronizado –no sólo entre los detractores de la religión católica, también entre quienes la profesan– ese sofisma según el cual la fe es un asunto privado, cuando lo cierto es que la fe, la única fe posible, es intrínsecamente apostólica, codiciosa de expresarse en público. Una fe privada es una fe muerta, o más bien nonata.

Diariamente comprobamos cómo políticos presuntamente católicos siguen el magisterio de San Pedro en la noche aciaga, negando su fe no tres, sino trescientas veces si hace falta. Causa sonrojo escuchar sus declaraciones sinuosas, elusivas, vergonzantes, cuando se les inquiere sobre sus certezas religiosas; y causa cierta náusea asistir a la declinación –y aun al pisoteo– de esas certezas si la conveniencia así lo exige, cada vez que sus «asesores de imagen» les insinúan que un pronunciamiento en contra del aborto o del (si el oxímoron es tolerable) matrimonio homosexual puede mermar sus posibilidades electoreras. Pero pecaríamos de ingenuidad si pensásemos que los políticos actúan de modo tan pusilánime y taimado por pura comodidad; si antes no hubiesen percibido entre el electorado católico una actitud acoquinada, achantada, dispuesta a comulgar con ruedas de molino, quizá no fueran tan osados en sus estrategias de tibieza. José Antonio Zarzalejos describía ayer muy vívidamente la dolencia catatónica que afecta al católico contemporáneo: «Desprovistos de capacidad dialéctica, demasiados se refugian en la incomprensión hacia el signo de los tiempos y se resignan a aceptar los veredictos supuestamente mayoritarios...». Resignación, estolidez, indolencia... El católico contemporáneo vive su fe y los retos que ésta le plantea acomplejado y al borde del desistimiento. Como las gallinas que esconden la cabeza debajo del ala, deja pasar todos los cálices amargos que desfilan por la mesa, por temor a contrariar a los otros comensales; así, hasta que se le excluye del banquete.

Este absentismo cobarde quizá ya no admita rectificación, al menos en ciertos territorios de la vida pública. Ocurre así, por ejemplo, en el ámbito intelectual y cultural, donde la profesión de fe católica se ha convertido en rasgo irrisorio y pintoresco, todo lo contrario que su execración y vilipendio, que reporta aureolas de mártir de no sé qué añeja modernidad. Explicar este desprestigio del catolicismo en círculos culturales apelando a las monsergas victimistas de siempre quizá consuele a los católicos moribundos; pero su razón no es otra que la que al principio anticipábamos. Al replegar el católico su fe en una esfera privada y cada vez más angosta, al dimitir de su faceta pública y ofrecer la otra mejilla a las bofetadas del escarnio y el resentimiento bufo, ha propiciado su destierro en los márgenes de la sociedad. Llegados a este punto de agostamiento gallináceo, es el momento de refundar nuestra fe sobre cimientos menos medrosos y claudicantes.
Si has logrado leerlo entero, mereces saber que el pasado 15 de abril este gran escritor publicó un recopilatorio de sus artículos en el libro "La nueva tiranía. El sentido común frente al Mátrix progre", y que el día 23 de abril estará en la Librería Neblí (Serrano 80) entre las 12 y las 14 horas y en la librería de El Corte Inglés de Goya entre las 16.30 y las 18 horas para firmar ejemplares de su obra. Felicidades, don Juan Manuel.

20 de abril del 90

domingo, 19 de abril de 2009

The waste land

No podemos dejar que se nos escape el mes de abril sin pisar La tierra baldía de T. S. Eliot:
Abril es el mes más cruel: engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales.
El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
una pequeña vida con tubérculos secos.
Nos sorprendió el verano, precipitóse sobre el Starnbersee
con un chubasco, nos detuvimos bajo los pórticos,
y luego, bajo el sol, seguimos dentro de Hofgarten,
y tomamos café y charlamos durante una hora.
Si quieres leer el poema completo, sigue este enlace. Gracias, Thomas.

viernes, 17 de abril de 2009

Nuestros abuelos

Hace algún tiempo oí a un buen amigo hacer una afirmación que, de primeras, me provocó risa; luego, me dio qué pensar; y ahora la digo yo: los abuelos de ahora son todos santos.

Claro está que siempre hay excepciones, pero en general creo que esta afirmación es bastante cierta. Ellos han vivido la crudeza de la guerra, han pasado el hambre de la posguerra, han tenido la oportunidad de vivir tiempos en los que podían responder con la vida por defender sus ideales, han trabajado desde pequeños, se han casado jóvenes y jóvenes han tenido hijos que les han robado infinitas horas de sueño con sus lloros primero y con sus rebeldías después. Ellos han vivido las dictaduras y sus caídas, han sufrido el mayo francés de sus hijos y el posterior aburguesamiento (o ahilipollamiento, que diría una buena abuela andaluza) de sus nietos.

Una cosa está clara: nuestros abuelos son más recios, más austeros, más generosos, más trabajadores, más valientes, más felices y, sobre todo, más jóvenes que nosotros. Sólo tienen una preocupación: ¿qué les está pasando a los jóvenes de hoy en día, tan blanditos, tan burgueses, tan egoístas, tan vagos, tan cobardes, tan desgraciados y, sobre todo, tan viejos?

El refranero español

Desde a quien madruga Dios le ayuda hasta no por mucho madrugar Dios te va a ayudar es capaz de ir el mejor refranero del mundo: el español.

El refranero de nuestra lengua castellana es, sin ninguna duda, un pozo de sabiduría; sí, sabiduría, aunque condensada en poquísimas palabras. Y es que a buen entendedor, pocas palabras bastan. Nuestros refranes reflejan nuestro modo de entender la vida, y unen al más torpe con el más inteligente y virtuoso, creando una conciencia común, asequible para todos.

Desde el agradecimiento de a caballo regalado no le mires el diente hasta el sentido de responsabilidad de a lo hecho, pecho, nuestros refranes transmiten los más altos valores de generación en generación. ¿Quién no ha aprendido la mayor parte de los refranes de labios de su abuela? Y lo bien aprendido, nunca es perdido.

Los refranes tienen, no obstante, un gran enemigo: su uso continuo e indiscriminado. Pero ya se sabe que la corrupción de lo mejor es lo peor. Y como no hay mal que por bien no venga, quizá sea gracias a ese abuso que se han salvado tantos. Y aquí termina el artículo, porque lo bueno, si breve, dos veces bueno.

lunes, 13 de abril de 2009

Eterno Bob

How many roads must a man walk down.
Before you call him a man?

Hay cantantes que siempre serán eternos: no son los que cantan bien, sino los que necesitan la música para vivir. Y ahí está Bob, con la voz más cascada que nunca, desafinando prácticamente a cada estrofa. ¿Su secreto? Las letras de sus canciones son la historia de sus ya casi 68 años de vida. Son letras sinceras, que se preguntan por lo más profundo del hombre, que se atreven a llamar a las puertas del cielo. Y es que lo de Bob es una vocación, y sólo a través de ella puede llegar a esclarecer la respuesta a esas preguntas importantes que todo hombre se hace. Eterno Bob.

The answer, my friend, is blowin' in the wind.

miércoles, 8 de abril de 2009

El toro de Osborne

Elegantemente erguido, sobriamente negro y genuinamente hispano, el toro de Osborne lleva desde 1956 cortando los horizontes de nuestra variada geografía española.

Clásico entre los clásicos, el toro comenzó por ser un signo publicitario. En lo que se ha convertido después no hace falta decirlo. Pero el astado no siempre ha tenido una vida fácil: en 1994 un Reglamento aprobado por el Gobierno socialista -sin comentarios- ordenaba su retirada de nuestras carreteras. Un poder judicial por aquel tiempo bastante sano estimó que aquel toro debía permanecer por su interés estético o cultural. Navarra y Andalucía también colaboraron con su defensa de este símbolo.

Desde 1998 grupos nacionalistas derriban sistemáticamente el único toro situado en sus (perdón, en nuestras) tierras catalanas. Actualmente, el toro de El Bruc permanece derribado. Pero bien sabemos que el toro español es bravo: volverá a levantarse. Nadie podrá derribarlo. Porque el toro de Osborne no es un toro, es un símbolo que representa a aquellas personas llamadas españoles. ¡Viva el toro de Osborne!

lunes, 6 de abril de 2009

Jurar Bandera (III)

No quiero terminar la serie de artículos acerca de la Jura de Bandera a la que tuve ocasión de asistir el 3 de abril sin mentar a un personaje que hizo todo lo posible por amenizarnos la jornada: el soldado Sánchez.

Pocos minutos antes de que acabara el acto, intentábamos salir del edificio por la escalera interior de la Academia cuando, al pie de ésta, apareció ante nosotros un soldado de 165 centímetros de altura (o el mínimo exigido para ingresar en el Ejército), delgaducho, con una cara como comprimida por dos paredes en dirección a la nariz, y un aspecto muy serio. Lleno de satisfacción por el poder que le habían otorgado para impedir la salida del edificio antes de que la tomaran los militares, nos espetó con un grosero: ¡De aquí no sale ni Dios!

A Dios le va usted a ordenar nada, pensaba yo enfadado, mientras a Jaime se le escapaba una carcajada bajo la mirada de "Cállate" de Ruma y la habitual empanada de Manu. Cuando nos alejamos de Sánchez, llegamos a la conclusión de que el tema era para reírse. Pero aquí no se acaba la historia.

Vigilaba Sánchez su escalera cuando, acabado el acto, ya no éramos cuatro sino cuatrocientos los que esperábamos para salir. Ya no se le veía tan seguro de sí mismo, ya no era tan dueño de la situación. Nervioso, buscaba por entre la multitud algún uniforme amigo que le hiciera llegar la orden de arriba de que ya se podía salir. Ciertamente, se le vio aliviado a nuestro Sánchez cuando esta orden llegó. Aquí tampoco acaba nuestra historia.

Terminado el desfile, ahí estaba de nuevo ante nosotros nuestro militar favorito. Pero pronto se marchó. Todo lo que pudimos oír fue cómo su superior le ordenaba que acudiera de inmediato a un lugar junto con una compañera de similares características a las de nuestro amigo. Sánchez, haciéndose uno de inmediato con su nueva misión, emprendió la marcha a la carrera. Le habrán encargado algo urgente e importante, pensé. Pero no: la historia continúa.

Llegamos a paso tranquilo a otro patio, en el que habían preparado una gigantesca paella valenciana para los invitados. ¿ Y a qué no adivinan quién estaba vigilando la zona por la que accedíamos nosotros? No hace falta decirlo. De nuevo, Sánchez estaba inquieto... y esta vez sí que le pudo la presión. Atosigado por la multitud hambrienta, Sánchez abrió la veda. Unos segundos después, se oían los gritos furiosos de un capitán o militar de rango superior al de nuestro amigo: ¡¡¡Sááánchez!!! ¿Qué coño hace? ¡Todavía no se puede pasar! Atemorizado, Sánchez no sabía dónde meterse; seguramente esa noche nuestro amigo la pasó en el calabozo. No te preocupes, Sánchez: ya llegarán las medallas.

Jurar Bandera (II)

Desde la Vigilia de Resurrección en San Pedro del Vaticano jamás había visto un acto público tan cuidado en cuanto al vestido, el lugar y la "liturgia" como el de la Jura de Bandera de la Academia de Infantería de Toledo del pasado 3 de abril.

Son ceremonias que no se quedan en lo meramente externo, sino que llegan al interior: te interpelan, te "arañan", te exigen una respuesta, un compromiso, ya sea con Cristo o con España. En ellas, sólo los tibios o los frívolos vuelven como se fueron. Pero, a poca sensibilidad que se tenga, aquello te toca, te transforma, te hace mejor o, al menos, más orgulloso de ser lo que eres (cristiano o español).

Creo que todo acto debería tener este objetivo; sin embargo, muy pocos lo consiguen... Porque, como dijo un buen amigo mío, estar dotados de buen gusto y de mesura, no es cosa de todos.

sábado, 4 de abril de 2009

Jurar Bandera (I)

Ayer estuve en una jura de bandera en la Academia de Infantería de Toledo. Vaya por delante la enhorabuena a mi gran amigo Santiago Urbano, el que juró. Y gracias por la invitación, porque ayer encontré algo cuya existencia presentía, pero que nunca había visto. Fue como la confirmación de una intuición... que España es grande:

Patio de la Academia, 12 de la mañana. El sol quema los rostros de nuestros militares. Familiares y amigos observamos la maravilla de la formación rectilínea desde la altura de los balcones de piedra que dan al interior de la plaza, engalonada para el día de fiesta.
¿Juráis por Dios o prometéis por vuestra conciencia y honor cumplir fielmente vuestras obligaciones militares, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, obedecer y respetar al Rey y a vuestros jefes, no abandonarlos nunca y, si preciso fuera, entregar vuestra vida en defensa de España?
¡Sí, lo hacemos!, suena implacable el grito a una voz de los jurandos. A continuación, un clásico de bendiciones y maldiciones heredado de las alianzas veterotestamentarias:
Si cumplís vuestro juramento o promesa, la Patria os lo agradecerá y premiará, y si no, mereceréis su desprecio y su castigo, como indignos hijos de ella. ¡Viva España!... ¡Viva!; ¡Viva el Rey!... ¡Viva!
Ovación en los balcones. Ruego a Dios que os ayude a cumplir lo que habéis jurado y prometido, reza el Pater. Suenan los himnos. Con el nacional, se palpa la emoción y, nada más acabar, una voz espontánea emana del pueblo: ¡Viva España! Hace unos minutos lo han gritado nuestros militares; ahora es la ocasión de los civiles... ¡Viva! Y España vuelve a ser una.

jueves, 2 de abril de 2009

El payaso

El payaso es un personaje raro. A mí no me da buenas vibraciones (como se dice ahora). Lo siento, pero es así. Quizá sea algo muy personal, pero el caso es que el otro día encontré a una chica a la que le ocurría lo mismo que a mí, y eso me ha bastado para lanzarme a atacar públicamente (dentro de lo público que pueda considerarse este rincón) a este personaje. Pero antes quiero hacer una honrosa excepción: Miliki y compañía, que no responden a lo que voy a decir.

El payaso al que me refiero es el tradicional: cara pintada de blanco, labios y alrededores de rojo, nariz falsa, peluca rizada, traje de lunares y enormes zapatos. Se supone que su función es la de alegrar una fiesta y hacer reír a los niños. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. El payaso es un tipo que transmite tristeza -en concreto, una especie de melancolía bañada en alcohol malo-. A menudo hace llorar a los niños, creo yo que porque les hace sentirse incómodos: y es que trata de ser un personaje cercano pero resulta enormemente distante, frío y sin gracia.

Pero hay un paso más: el payaso da miedo, con su sonrisa falsamente dibujada por la pintura roja (sin duda es una sonrisa cínica, que esconde algo) que, cuando pasan unos minutos de actuación, se escurre por el sudor. Es entonces cuando uno se teme lo peor: que el payaso en realidad sea un asesino en serie que se ha colado en la fiesta de tu hija con intención de continuar la serie, o algo parecido. Todo esto puede ser producto de nuestra imaginación, pero también puede que no. Ten mucho cuidado con el payaso. Nunca te fíes de él.