viernes, 20 de enero de 2012

Calle Serrano (en resumen)

Serrano no es una calle; es un desfile de poses, modelos, matacorzos y ancianas con bisones aspirantes a duquesas. Por eso constituye un auténtico reto pasearse en chándal por el salmantino barrio de Madrid. Pagaría a quien lo hiciera con una cámara oculta sólo por ver las aristocráticas reacciones. Como buen jurista he de manifestar que esta oferta la realizo de forma cómica: vamos, que no pienso pagar un duro a quien lo haga...

Pasear al perro

Vale que en mi familia no hay ninguna tradición canina. Pero eso de pasear al perro a las cuatro de la mañana... no es normal. Lo confieso: estoy preocupado. Últimamente, cada vez que vuelvo de tomarme unas copas con mis amigos, aparco el coche a como mucho quinientos metros de casa y, por el camino, me encuentro como poco a dos tías paseando al perro. No es normal. Quizá es que en mi barrio las mujeres están especialmente encariñadas con sus perros; quizá sea que en mi zona las mujeres son insomnes; quizá ocurra incluso que en Chamberí las chicas que vuelven de fiesta padecen una peculiar borrachera que les lleva a desarrollar esa extraña actitud a tales horas. Pero, por mucho que lo pienso, sigue sin parecerme normal pasear al perro a las cuatro de la mañana. Otros, a esas horas, preferimos dormir.

jueves, 19 de enero de 2012

Días de exámenes

Los días de exámenes son días de lucha psicológica entre el bien y el mal. Son días en los que la tentación de rendirse y abandonar el estudio acecha constantemente nuestra conciencia. Son días en los que de verdad entra en juego nuestra fuerza de voluntad. Son días en los que decidimos dejarnos llevar por un bien inferior e inmediato u optamos por sacrificarnos en aras a un bien superior y mediato. Son días en los que descubrimos cómo somos. Y son días en los que se decide nuestro futuro. Por eso siempre vale la pena sobreponerse y seguir estudiando, porque así al acabar, si lo hemos dado todo, la satisfacción es mayor... y los resultados de paso también. Porque los días de estudio son lo que sembramos para nuestro futuro. Así que no queda otra: a estudiar. O a la barra...

miércoles, 18 de enero de 2012

Maldita crisis


Llegó de Irán a Madrid hace más de veinte años, tras combatir en primera línea de batalla en la guerra contra Irak, dejando atrás una familia y media vida. Una mano delante, ídem detrás. Persona curtida por la vida y acostumbrada a sacarse las castañas del fuego, abrió en el barrio de Chamberí el típico bar de desayuno de obreretes y de partidos de fútbol. En él se hizo español para los españoles; tanto, que renunció al nombre que le habían dado sus padres para pasar a ser Alberto, y se hizo tan madrileño que hizo de la tapa gratis una religión y de invitar de vez en cuando a una caña con una sonrisa en la cara una filosofía. Hasta la fecha, fruto de su trabajo constante, le ha ido muy bien.

Pero hoy he pasado por el bar de Alberto a comprar tabaco, para lo que necesitaba que me diera cambio y me activara la máquina. Pacientemente, me he sentado en la barra esperando a que terminara de hablar por el móvil para pedirle ambas cosas. Su conversación telefónica ha sido larga y apasionada. Alberto, abatido y un poco fuera de sí, vociferaba a su interlocutor: el banco. El resumen de la situación es el siguiente: a Alberto, en lo que ya es un desgraciado clásico de la crisis para tantos españoles de nacimiento o de adopción, le amenaza el banco (del que es fiel cliente desde hace veinte años y al que escrupulosamente ha pagado hasta la fecha mientras le hacían la pelota) con denunciarle porque se está retrasando en un pago, que no tiene modo de realizar en el tiempo que se le pide. Y le llevan llamando a diario con amenazas todos los días durante una semana. Vale que los bancos son un negocio, pero... no hay derecho (en el sentido más amplio y menos jurídico de la expresión).

Por eso, cuando he pasado hoy por el bar de Alberto se me ha caído el alma a los pies. Por eso, en el fondo da igual como quede el Real Madrid-Barcelona. Por eso, no tenemos derecho a quejarnos como niños mimados cuando no tenemos dinero para nuestras diversiones y caprichos. Porque Alberto sí que lo está pasando mal. Ánimo Alberto.

martes, 17 de enero de 2012

Películas USA (I)

Ignoro si el lector se habrá percatado alguna vez de una curiosa situación que se repite cienes y cienes de veces (que diría Joaquín Sabina) en las películas americanas, y cuya explicación, sinceramente, escapa a mi entendimiento.

La cosa es la siguiente: chico se hace una herida y, automáticamente, como por arte de magia, va a la casa de chica a quien apenas conoce o directamente no conoce, donde es curado por la anfitriona, lo cual en el noventa por ciento de las ocasiones desemboca en que herido y curandera acaban juntos entre las sábanas. No sé, a lo mejor es una costumbre americana. Por aquí la gente se cura las heridas en el hospital o en su propia casa... que yo sepa, vamos. Y si se trata de una excusa del guión para liar a dos, creo que puede haber situaciones más realistas... ¿o no? En fin, cosas de Jolivú.

lunes, 16 de enero de 2012

Floñarse o Días de chándal (Parte II)

La comida tiene que ser lo suficientemente opípara como para que después de media horita (tras la correspondiente visita inconfesable a cierta habitación de la casa) nos entre ese sopor que resulta tan agradable cuando existe la posibilidad de paliarlo con una buena siesta. De lo contrario, una película del oeste o de Antena 3 y una mantita pueden servir de sustitutivo para inducir al sueño.

El resto de la tarde, puede transcurrir tranquilamente entre la cama, el sofá, el televisor, un libro y nuestras propias divagaciones. Después de un día de chándal como el descrito es muy importante volver gradualmente a la normalidad, por lo que es recomendable acabar con una cena ligera y una reparadora ducha de agua caliente en la que saquemos aquellas conclusiones higiénicas mentales que nos ayuden a sobrevivir hasta la próxima jornada de floñe. Ya en la cama, podemos volver a pensar en el ajetreo de la vida real.

Para terminar, dos recomendaciones para los días de chándal. En primer lugar, suprimir las relaciones sociales: no coger llamadas, no escribir correos... en una palabra, aislarnos. No sólo porque ese día no estamos nada presentables, sino porque hacer esto de vez en cuando es fundamental para que la terapia de floñarse surta su efecto reconstituyente. En segundo y no menos importante lugar, es definitivo elegir el chándal adecuado: la experiencia me demuestra que esos de nylon que son como resbaladizos (sí, los típicos de yonki) no aportan ni de lejos la misma sensación de calor y placidez que proporciona el entrañable chándal de lana.

domingo, 15 de enero de 2012

Floñarse o Días de chándal (Parte I)

El ser humano está creado para alcanzar las más altas cotas. Sin embargo, no es ser humano quien no tiene su día de chándal de vez en cuando. Y es que, con el ajetreo continuo al que nos somete la compleja vida moderna, es necesario -yo diría que una vez al mes es la medida perfecta- dedicar alguna jornada a lo que se podría llamar "floñarse", especialmente en los fríos días de invierno.

La cosa sería más o menos así: despertarse cuando Dios quiera, no levantarse hasta que por el olfato o los ruidos intuyamos que el desayuno ya está servido, atacar la mesa servida sin prisa pero sin pausa (no hay que tener miedo a tomarse diez tostadas de aceite, pero siempre de dos en dos), leer todos y cada uno de los artículos de la prensa. Llegados a este punto se introducen diversas variables: si es domingo habrá que pegarse una ducha de una hora en la que nos aprendamos de memoria lo que dicen los botes de champú y de gel (no vale salir sin los dedos arrugados) para poder asistir a Misa de dos como buenos cristianos; si no es domingo, podemos omitir la ducha por el momento y dirigirnos, ya con el chándal puesto, al sofá, donde un partido de la Premier o de segunda división B siempre son bien recibidos (las mujeres pueden aprovechar este momento para abrir el Hola o similares). Así ya hasta la hora en que el cuerpo nos pida comer.

Continuará...

sábado, 14 de enero de 2012

El misterio del escupitajo senil

Tras un largo periodo de ausencia, quizá motivado por la profunda depresión sufrida a causa de la última Champions conquistada por el F.C. Barcelona, tal y como atestigua precisamente mi último escrito, me dispongo a resurgir de mis cenizas y dar un nuevo impulso a los clásicos en este 2012 que ha dado comienzo.

Y qué mejor manera de hacerlo que recordando una legendaria costumbre de las abuelas anónimas con las que a diario nos cruzamos por la calle, cual es la de escupir cuando localizan un excremento canino en la orilla de la acera por la que circulan a la velocidad que los achaques sufridos les permiten.

Es todo un clásico del que apenas nos percatamos, quizá porque lo consideramos parte del paisaje al que se han acostumbrado nuestros ojos desde que somos pequeños. Lo mismo nos llama la atención ver a un niño corriendo por la calle que a una abuela lanzando su escupitajo... es algo normal. Sin embargo, esto segundo no deja de ser curioso. Las causas de esta reacción son un misterio en el que prefiero no ahondar (por no remover la mierda, más que nada).