miércoles, 20 de octubre de 2010

Favores anónimos

No. No me refiero a nada sexual.

Me refiero a algo poco fecuente, pero con sabor a clásico, porque el clásico es aquello que nos conecta con nuestros semejantes por ser universal. Y qué mejor clásico que el de hacer un favor gratuito y tan desinteresado que ni sepamos el nombre de aquel al que se lo hacemos.

Y es que hoy andaba yo despistado tras un largo día de trabajo buscando la estación de metro de Marqués de la Valdavia (donde se rumorea que el viento da la vuelta) para volver a casa, cuando he preguntado a un hombre (de avanzada edad y de buen aspecto, como me enseñó a hacer mi santa madre) por la ubicación del mismo. Él me lo ha comenzado a explicar y, dándose cuenta mientras hablaba del largo recorrido que me esperaba y de que mi considerable cara de despistado podría traerme la funesta consecuencia de andar toda la tarde vagando por las más insospechadas calles de su barrio, ha acabado por preguntarme: -¿Dónde vas? - A Madrid, cerca de Cuatro Caminos. - Pues ven al coche, que te acerco a Plaza de Castilla. Por el camino hemos hablado de cosas triviales (en ocasiones son las más importantes) y en ningún momento él me ha preguntado mi nombre ni yo a él el suyo. Me ha dejado en mi destino con una sonrisa y sin permitirme darle las gracias.

No lo volveré a ver; no me volverá a ver. No sé quién es; no lo sabré nunca. Sólo sé que hoy me he encontrado con un buen hombre que ha conseguido que mañana confíe un poquito más en el género humano.

3 comentarios:

  1. ¿Andabas despistado? No me lo creo. ¿Has saltado al ruedo abogacil? ¡Que tiemblen los jueces!

    ResponderEliminar
  2. Yo tampoco me lo creo, pero sí: andaba despistado... Era otro tipo de trabajo (en un catering). Todavía no he saltado al ruedo abogacil, así que los jueces pueden temblar, pero por otros motivos. Un abrazo!!

    ResponderEliminar
  3. ¿Por otros motivos? Nada de actividades delictivas, ¡eh! Un abrazo.

    ResponderEliminar