miércoles, 5 de junio de 2019

Londres 2003


Quién volviera a tumbarse despatarrado y bocarriba en el césped de Wandswoth Common, bajo la fina lluvia del agosto londinense, tras un intenso partido de fútbol en una de sus extensas planicies. A jugar calentito al ajedrez en el pequeño salón de moqueta de Kelston cuando esa lluvia no fuera tan fina. A pasear por los idílicos colleges de Oxford y a hacer guerra de barcas en su río, hasta hundir en el fondo de sus aguas el palo de metal que hace las veces de remo de la nave rival. A visitar de noche por sorpresa el barrio chino, guiados por Jack. A provocar que Jack vuelva a fumar. A hacerse las fotos turísticas en el paso de cebra de los Beatles y en el andén nueve y tres cuartos. A fotografiarse con el blanco flaco y alto y el gordo negro y bajo. A encontrarse a gente conocida en el verde acantilado de una playa perdida a las afueras. A jugar al golf con Zaldi y con Chema. A disfrazarse de Blue Brother con Álex y Manolo, y dejar atónitos a los ingleses. A escuchar la voz escocesa de Ft. Robert. A tomar cerveza del tiempo. A comprar en Picadilly Circus dos pantalones cortos de Umbro que todavía duran. A gastar los últimos ahorros en un carísimo tabaco. A cruzarse en la misma manzana de Oxford Street con un cura, un rabino, un musulmán, un yupi y un macarra. A marearse con los carteles de Victoria Station. A fastidiar el momento sorpresa de la tarta de cumpleaños por falta de dominio del idioma. A velar el carrete que contiene las fotos de todos estos momentos. Porque nunca los olvidaré.

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