lunes, 14 de diciembre de 2009

Apología del libro impreso

Me gustaría hacer una apología más trascendente, pero en estos momentos no me apetece, y además, creo que nadie ha hecho hasta la fecha una apología del libro impreso, y eso me hace ser pionero en algo, aunque no creo que alcance la fama por ello.

Esta tarde he leído unos treinta libros... no es que sea supermán, tranquilo. Es que he dedicado unos minutos a mirar la biblioteca de mi casa y, según iba leyendo los títulos en los lomos, he ido recordando las historias que cuentan los libros que ya he leído, he cogido incluso alguno y me he ido a un pasaje que me gustó especialmente cuando lo leí, he ido sintiendo las mismas cosas -alegría, tristeza, estremecimiento, admiración, etc- que sentí la primera vez que me topé con ellos. Y todo ese compendio de recuerdos, de emociones, de pensamientos, no habría sido posible si no hubiera palpado entre mis manos esas viejas páginas que hoy he pasado por segunda vez, si no hubiera sentido el peso de esos libros, si no hubiera reconocido los lomos y las portadas que me han evocado lo que contienen, si no hubiera una biblioteca en mi casa.

Por todo lo dicho, nunca leeré un libro en un ordenador o en una agenda electrónica. Prefiero mil veces el método clásico, el libro impreso.

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