
¿Quién no ha pasado un domingo toda la mañana de palique en el desayuno, poniéndose tibio a base de pan con aceite?
Es genial, y además uno tiene la impresión de que ha arreglado el mundo con esa conversación, de que ha aprovechado la mañana al cien por cien. Es la una y media. Es hora de ducharse tras un intenso desayuno de trabajo.
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