
El tiempo y la pregunta por el piso al que va la otra persona dan para subir hasta cuatro plantas. Si el vecino va al quinto la cosa se complica, y el silencio incómodo no te lo quita nadie. En los casos de grandes edificios existe siempre la posibilidad de fingir que vives unos cuantos pisos más abajo; de lo contrario corremos el serio peligro de llegar a hablar de algo sustancial con el vecino, con el que nunca quisimos ni querremos intimar. Cada uno en su casa y Dios en la de todos, que dice el refrán.
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