jueves, 8 de octubre de 2009

Bajadas de pantalones

Estoy de vuelta entre vosotros. En primer lugar para agradecer a Drulo su cariñoso artículo.

Y lo hago con el run-run que traigo las últimas semanas.

Cuando el ángel haga sonar la trompeta y nos veamos las caras en el valle de Josafat, para aclarar un poco lo que es todo este tinglado, se nos ofrecerá un menú. Tranquilos: no es que solo se pueda pedir primer plato y segundo plato y postre. No será algo así del tipo "o esto o lo otro". Creedme: el menú de contenidos del Juicio Final será amplio, pero lo mejor es esto: hay tiempo para todo. Será como un buffet libre con toda la tarde por delante y sin haber desayunado...

En fin, comparaciones aparte: lo único que nos cabrá elegir será el orden de los factores, según las preferencias. Que el Cielo no es igual para todos: solo faltaba.

Mi primera opción será: ver bajadas de pantalones de la historia.

Seré breve: la historia (del mundo, o de este país si lo preferís) se bifurca en caminos alternativos cada vez que a algún hombre (o mujer) se le presenta la posibilidad de hacer el bien y ser leal a sus compromisos -por un lado- o ceder de alguna manera ante diversas presiones, y bajo cualquier excusa -pocas veces se reconoce con claridad- el protagonista de la historia se "baja los pantalones".

¿Ejemplos? No sé. El otro día vi "un hombre para la eternidad" (la historia de Tomás Moro y el cisma de Inglaterra). Y allí se ve a muchos personajes cometer iniquidades. Pero justo aquellos que podrían haber opueso resistencia, cedieron ante la "presión" (palabras de Wolsey-Orson Welles), quien no aceptaba "ninguna oposición". Tomás Moro y Juan Fisher (obispo, uno entre decenas) dieron la cara -en el caso de Moro evitando por todos los medios tener que darla gratuitamente-, y les quitaron la cabeza (y antes: familia, fortuna, honra, libros, etc).

Richard Rich, sinónimo de traidor, que perjura para entregar a Moro a cambio de ser el "recaudador de impuestos de Gales", se mereció el siguiente comentario del inminente mártir: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo, si pierde su alma? Pero... si es por Gales...". Fue luego Lord Canciller de Inglaterra: todo lo que su sangre plebeya podía aspirar a ser.

Pero el problema no son los burdos traidores. Los débiles trepas que se venden al diablo. Lo duro es el caso de aquellos que constituidos en algún tipo de autoridad, a quienes se les supone la misión de dar la cara y defender a los débiles -que no podrían por sí mismos soportar la presión de los tiranos-. Estos destacados miembros de cualquier sociedad son los que -literalmente- se bajan los pantalones.

La historia, decía, se escribe así. A golpe de aflojar el cinto y dejar que los tergales se escurran de modo distraído, piernas abajo.

O bien, con la terquedad de la hebilla que se queda anclada en su ojal. Sin dejarse engañar. sin ceder un ápice (se empieza alargando el cinturón un poco para dar cabida a una comida opípara, a una bebida excesiva, o a una cómoda postura repantingada).

Cuando en un país hay suficientes hebillas bien clavadas en el cuero, ese país aguanta en pie. Y la gente de bien con sus hombres fuertes protegiéndoles. Cuando, sin embargo, y como ha sido habitual, empieza el rumor de panas y algodones, los débiles quedan indefensos, y los pocos que aguantan lo pagan pronto.

En España el fenómeno de las bajadas de pantalones no es reciente. También hemos tenido demasiados trousers subiditos hasta el esternón, aún a costa de tiranteces inguinales, porque era la moda. el caso es que nunca hemos visto una cesión clamorosa como la inglesa del siglo XVI.

Pero hemos de juzgar los hechos. En este país, a la chita callando, muchos andan a pasos cortos y entre tropezones, por haberse bajado los pantalones. Y así nos va.

Es cuestión de subirse la bragueta, y apretarse el cinturón otra vez.

IB

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