domingo, 18 de octubre de 2009

Manifestaciones


Las personas, como animales políticos que somos, necesitamos compartir nuestras cosas con las demás personas. Por ese motivo, ante la perspectiva de una manifestación cuya causa compartimos sentimos el impulso de sumarnos a ella. Decididos a asistir, pasamos la semana anterior como con una cierta ilusión de que llegue pronto el acontecimiento y con la imaginación -la loca de la casa, que la llamaba una vieja amiga- idealizamos el encuentro futuro y así las ganas y la ilusión aumentan.

Y llega el día de la manifestación. Entonces, nos encontramos ante una serie de incómodas realidades que, ingenuamente, no habíamos previsto: llegamos tarde porque el acceso estaba imposible, hace calor o llueve, estamos apretujados entre la gente y una viejecita no para de dar empujones con el bolso y, además, no va bien la megafonía y no nos enteramos ni del nodo.

Total: que pasada media hora, en el momento en que uno siente la abominable tentación de golpear a la viejecita del bolso, parece que ha llegado el momento de ahuecar el ala en dirección al bar más cercano. Y entonces, mientras el primer trago de la helada cerveza golpea nuestra seca garganta como una lluvia torrencial el suelo de Almería, nos reconciliamos con el mundo, con nuestra causa y, unos más que otros, hasta con las manifestaciones.

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