Una vez cada más o menos cuatro meses llega el sábado por la noche y, de una conversación con un amigo, sale el honesto propósito de aprovechar el domingo:
-Oye, ¿por qué no nos vamos mañana a Toledo? -¿A Toledo?, ¿mañana? Y, de repente, sin buscarlo, se te despeja la mente y descubres que mañana, como casi todos los domingos, no tienes nada que hacer... ir a ver a las abuelas todo lo más. Entonces, confías en que si tus abuelas han vivido setenta años durarán una semana más, y dices: Pues vale.
Dan gusto esos domingos bien aprovechados en los que conoces una ciudad cercana y comes sin prisa algo del lugar. Dan gusto esos domingos en los que huyes un poco de los cortos horizontes que dejan los rascacielos de la ciudad y te haces uno con esa España profunda que todos llevamos dentro y que tan poco solemos cultivar.
-Oye, ¿por qué no nos vamos mañana a Toledo? -¿A Toledo?, ¿mañana? Y, de repente, sin buscarlo, se te despeja la mente y descubres que mañana, como casi todos los domingos, no tienes nada que hacer... ir a ver a las abuelas todo lo más. Entonces, confías en que si tus abuelas han vivido setenta años durarán una semana más, y dices: Pues vale.
Dan gusto esos domingos bien aprovechados en los que conoces una ciudad cercana y comes sin prisa algo del lugar. Dan gusto esos domingos en los que huyes un poco de los cortos horizontes que dejan los rascacielos de la ciudad y te haces uno con esa España profunda que todos llevamos dentro y que tan poco solemos cultivar.
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