Quién no recuerda las Ligas de Tenerife, el penalti fallado por Djukic contra el Valencia, el golazo de Nayim a Seaman en la final de la Recopa, aquella final de Champions que ganó el Manchester United al Bayern Munich con dos goles en el descuento, la permanencia del Espanyol hace tres temporadas, la Liga de infarto que el Real Madrid ganó el año pasado o, más recientemente, el gol de Iniesta al Chelsea en la semifinal de la última Champions...
Y es que no hay sensación en el fútbol como la de ganar en el último minuto de partido (siempre que en el partido haya algo importante en juego). Yo hoy he vivido la experiencia a escala de liga de antiguos alumnos de mi colegio: ganar o bajar a segunda división.
Empate a 2 en el marcador. -Árbitro, ¿cuánto queda? -Cuatro minutos. Lo cierto es que andaba algo cansado -el capitán del equipo bien lo sabía-, pero al sonido de tan agobiante noticia, se me ha pasado por la cabeza, literalmente lo siguiente: aquí hay que morir. En realidad, creo que todos hemos pensado lo mismo. Algo ha cambiado tras las palabras del árbitro: una fuerza interior, que se sobrepone al cansancio físico, nos ha invadido y, peleones, hemos metido dos goles antes del pitido final. Al acabar el partido, te das cuenta de lo grande y peligroso que es el fútbol: grande por la alegría que supone ganar en el último minuto pasando de la nada al todo en escasos segundos, peligroso porque llegará el día en que un infarto nos mate... ¡Viva el fútbol!
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