miércoles, 4 de marzo de 2009

El vuelo del halcón (Spot Party I)

Hace años un cura joven paseaba por las lindes del edificio Beatriz, donde tiene su sede estable la fiesta de la espinilla.

Supongo que medio caída la tarde. Corrillos de niños y niñas que alternan la conversación y el postureo de su género, con breves incursiones en el entorno del otro sexo. Un clásico. Pero ellos quieren parecer surferos. Y ellas Kate Moss de tiendas por Picadilly Circus. Unos y otras van al fisio con frecuencia para aliviar los músculos del cuello: sobrecargados de tanto gesto para apartar el flequillo.

El efecto en sus incipientes psiques es parecido al del alcohol (que aún no han probado más que a hurtadillas, y mezclado con soft-drinks): una caraja mental nerviosa y excitable, que bulle de superficialidad y risitas.

Vamos, que pasa el cura todo estirado por allí, mirada al frente. Y algunas spot-girls y spot-boys empiezan a lanzarle piropos, a pedirle la bendición, un saludo, algo. En fin: piden que descienda del reino de lo sagrado, lo serio y lo eterno al chapoteo tarado de sus bromas adolescentes.

- Padre, ¡confiéseme que soy una pecadora! - le dice una arrimándosele, con más tontería que un mueble-bar.

Y viene el descenso del halcón. El picado preciso y violento, elegante, sutil, rápido como un rayo hacia la presa. Se manifiesta la superioridad del espíritu y el intelecto, no solo por su capacidad para volar sobre las nubes y tratarse de tú con el sol y el viento: también a ras de suelo el halcón domina.

- No te preocupes niña... ser tonta no es pecado.

La alimaña queda atrapada entre el pico y las garras del ave rapaz, que asciende al instante, llevándola al cielo. Limpiamente: el halcón no ha tocado el suelo, no se ha salpicado siquiera del barro. Pertenece a las nubes, al aire.

Y ahí sigue la niña. Plantada a la puerta del VIPS eternamente.

IB

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