Avui vull rendir homenatge a la terra que m'ha donat de menjar durant tres anys de la meva vida: la ciutat del Turia, València. No podia acabar el mes de març sense parlar d'un dels grans clàssics del mateix: la festa de les Falles. I quin millor que fer-ho en valencià.
Pero lo cierto es que no sería capaz de hacerlo bien. Así que seguiré en castellano. Y así mantenemos la cooficialidad.
Las Fallas las iniciaron los carpinteros valencianos: al llegar la fiesta de su Patrono, San José, sacaban a la calle toda la madera sobrante del año de trabajo y la quemaban. Ahora la cosa ha cambiado un poquito, ¿no?
Pero lo que me interesa destacar sobre todo de estas grandes fiestas es que las pueden disfrutar personas de todas las edades. A las abuelas les entusiasman los pasacalles y llevar su ofrenda para el manto de la Cheperudeta a la Plaza de la Virgen. Los niños disfrutan tirando chinitos en el patio del colegio. Las mujeres de cualquier edad se vuelven locas con ver un traje de fallera, y las adolescentes de ciertos ambientes mantienen auténticas competiciones por llegar a ser la Fallera Mayor de su barrio.
Los hombres maduros se complacen en su poder de elaborar el programa de la caseta para los días cumbre, y en haber sido el que más dinero ha puesto ese año para la falla. Si son niños, están en la banda de música tocando el tambor o, si son muy torpes, el bombo. Y si estamos ante chicos jóvenes, las guerras de borrachos (no es lo que parece) triunfan bastante. Ni que decir tiene que los universitarios están encantados con que desde el 1 de marzo haya mascletá a las dos de la tarde: es la excusa perfecta para fumarse la última clase y acudir a la calle Correos al fiche y ligoteo de rigor.
Los castillos de fuegos artificiales (impresionante la Nit del Foc) y la cremá entusiasman a todas y a todos, y son el pistoletazo de salida para la juerga nocturna de los jóvenes. Pero siempre amanece el 20 de marzo, día triste donde los haya...
Desde Valencia, un saludo fallero
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