Espero que la siguiente contribución al repertorio de insultos para caballeros goce de la misma buena acogida que los anteriores post de Drulo e IB.
Por insistencia de uno de nuestros lectores abordamos hoy el espinoso asunto de los derivados del insulto "gilipollas" (en adelante "insulto base"). Se trata de un recurso necesario para la conversación fluida en castellano que con facilidad cae en la repetición y la falta de matices de la interjeción y el adjetivo grueso.
Ahí que vamos.
La RAE dice que el "insulto base" es de uso vulgar. Eleva a la categoría lingüística de "coloquial" el adjetivo "jilí" o "jil", que traduce por "tonto, lelo". Creo que no hace falta ser Camilo José Cela para inferir qué añadido propio del "insulto base" lo hace caer en ese rincón -marginado con saña por los lingüistas y frecuentado por el hispano medio- de lo vulgar.
Hasta aquí la RAE, su limpieza, fijeza y esplendor. Nos adentramos ahora en los barrios bajos del castellano, en las selvas tropicales de la evolución lingüística.
FARFOLLAS
Terra incognita, decíamos, el origen de este epíteto. La sonoridad remite de modo inmediato al "insulto base", con un innegable acento "sexuado".
La raíz "Far" nos trae imágenes del far west.
El farfollas es un chulo de película del oeste, de una masculinidad quizá excesiva (para lo que en realidad hay). Posturas, modo de hablar, seguridad impostada. ("Far", es lejos, en inglés, dice Julie Andrews). El Farfollas va demasiado lejos en sus afirmaciones o comportamientos.
Pero en el uso de este insulto hay algo más. Algo casi positivo que permite a algunos autores afirmar con rotundidad "el mundo necesita farfollas". Hay un exceso de autoestima, con muestras imponderadas de afirmación personal. Pero esto es a veces preferible al apocamiento del pusilánime o del tímido. Sobre todo en algunas circunstancias, "el mundo necesita farfollas". Pero por el peculiar cartácter extrovertido y teatral del farfollas "simpático" no cabe más que uno en cada situación o ambiente. Un segundo farfollas resulta a la postre insoportable o conflictivo. Una combinación peligrosa o un penoso ejercicio de imitación.
CULTURIPOLLAS
Este insulto tiene que ver con el sabor de boca. La apariencia de una conversación culta -que enseguida detallaremos- por parte de este sujeto, deja en sus contertulios un mal sabor de boca. Hay algo falso en todo lo que ha dicho o hecho. Es difícil de describir, pero se resume en la insoportable necesidad de mascullir el insulto base (recuérdese: gilipollas) entre dientes, y meneando un poco la cabeza. Si se unen esos dos elementos, estamos ante un culturipollas.
Esto es lo que lo distingue del pedante o del friki. El pedante causa en su interlocutor sorpresa y exasperación: incredulidad ("no es posible que este tío me esté hablando de esto"). Esa reacción viene provocada por la tan sabida característica del pedante: se escucha a sí mismo.
El culturipollas se gusta a sí mismo, pero no le da la cabeza para escucharse. No hay auténtica inteligencia o saber, al contrario que en el caso del pedante, que sufre sobre todo de un problema de intencionalidad y comunicación. Al pedante cuesta escucharle, pero es posible aprender algo de él. Al culturipollas no le aguantan ni en su casa, y rara vez dirá algo que no se aprenda ojeando en un libro de citas célebres.
En cuanto al friki -insulto de reciente origen, que muchos caballeros prefieren omitir por sus resonancias anglófilas-, la reacción tipo es la risa y el extrañamiento. El friki es ridículo. El pedante puede serlo solo por inoportunidad: su discurso está fuera de sitio, pero podría haber un cenáculo de filósofos que lo recibiera como algo natural. En el caso del friki se trata de una extranjería vital: se está en otro mundo, que se comparte con otros frikis. Sin duda esto deriva de la querencia obsesiva del frikismo, naturalmente acentuada por el contenido de sus teclas o hobbies, que son de carácter minoritario o poco "normal".
Para otra ocasión dejamos adjetivos del mismo campo semántico: flipao, obseso... que tienen rasgos comunes con el friki o el culturipollas.
Espero que esta semana que entra seamos más precisos en nuestras invectivas para con el prójimo.
IB
Por insistencia de uno de nuestros lectores abordamos hoy el espinoso asunto de los derivados del insulto "gilipollas" (en adelante "insulto base"). Se trata de un recurso necesario para la conversación fluida en castellano que con facilidad cae en la repetición y la falta de matices de la interjeción y el adjetivo grueso.
Ahí que vamos.
La RAE dice que el "insulto base" es de uso vulgar. Eleva a la categoría lingüística de "coloquial" el adjetivo "jilí" o "jil", que traduce por "tonto, lelo". Creo que no hace falta ser Camilo José Cela para inferir qué añadido propio del "insulto base" lo hace caer en ese rincón -marginado con saña por los lingüistas y frecuentado por el hispano medio- de lo vulgar.
Hasta aquí la RAE, su limpieza, fijeza y esplendor. Nos adentramos ahora en los barrios bajos del castellano, en las selvas tropicales de la evolución lingüística.
FARFOLLAS
Terra incognita, decíamos, el origen de este epíteto. La sonoridad remite de modo inmediato al "insulto base", con un innegable acento "sexuado".
La raíz "Far" nos trae imágenes del far west.
El farfollas es un chulo de película del oeste, de una masculinidad quizá excesiva (para lo que en realidad hay). Posturas, modo de hablar, seguridad impostada. ("Far", es lejos, en inglés, dice Julie Andrews). El Farfollas va demasiado lejos en sus afirmaciones o comportamientos.
Pero en el uso de este insulto hay algo más. Algo casi positivo que permite a algunos autores afirmar con rotundidad "el mundo necesita farfollas". Hay un exceso de autoestima, con muestras imponderadas de afirmación personal. Pero esto es a veces preferible al apocamiento del pusilánime o del tímido. Sobre todo en algunas circunstancias, "el mundo necesita farfollas". Pero por el peculiar cartácter extrovertido y teatral del farfollas "simpático" no cabe más que uno en cada situación o ambiente. Un segundo farfollas resulta a la postre insoportable o conflictivo. Una combinación peligrosa o un penoso ejercicio de imitación.
CULTURIPOLLAS
Este insulto tiene que ver con el sabor de boca. La apariencia de una conversación culta -que enseguida detallaremos- por parte de este sujeto, deja en sus contertulios un mal sabor de boca. Hay algo falso en todo lo que ha dicho o hecho. Es difícil de describir, pero se resume en la insoportable necesidad de mascullir el insulto base (recuérdese: gilipollas) entre dientes, y meneando un poco la cabeza. Si se unen esos dos elementos, estamos ante un culturipollas.
Esto es lo que lo distingue del pedante o del friki. El pedante causa en su interlocutor sorpresa y exasperación: incredulidad ("no es posible que este tío me esté hablando de esto"). Esa reacción viene provocada por la tan sabida característica del pedante: se escucha a sí mismo.
El culturipollas se gusta a sí mismo, pero no le da la cabeza para escucharse. No hay auténtica inteligencia o saber, al contrario que en el caso del pedante, que sufre sobre todo de un problema de intencionalidad y comunicación. Al pedante cuesta escucharle, pero es posible aprender algo de él. Al culturipollas no le aguantan ni en su casa, y rara vez dirá algo que no se aprenda ojeando en un libro de citas célebres.
En cuanto al friki -insulto de reciente origen, que muchos caballeros prefieren omitir por sus resonancias anglófilas-, la reacción tipo es la risa y el extrañamiento. El friki es ridículo. El pedante puede serlo solo por inoportunidad: su discurso está fuera de sitio, pero podría haber un cenáculo de filósofos que lo recibiera como algo natural. En el caso del friki se trata de una extranjería vital: se está en otro mundo, que se comparte con otros frikis. Sin duda esto deriva de la querencia obsesiva del frikismo, naturalmente acentuada por el contenido de sus teclas o hobbies, que son de carácter minoritario o poco "normal".
Para otra ocasión dejamos adjetivos del mismo campo semántico: flipao, obseso... que tienen rasgos comunes con el friki o el culturipollas.
Espero que esta semana que entra seamos más precisos en nuestras invectivas para con el prójimo.
IB
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarLejos de lejano oeste, la palabra farfollas (que está recogida en el Diccionario de la RAE) alude, por su semejanza a la envoltura del maíz, a quien quiere parecer algo y no es nada o poco.
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