jueves, 19 de marzo de 2009

Homenaje a D. Agustín de Foxá, uno de los grandes


Como es de bien nacidos ser agradecidos, agradezco a Don Agustín de Foxá (q.e.p.d.) haberme hecho disfrutar con su gran crónica de lo ocurrido en Madrid entre los años 1930 a 1937. En ella, nos describe magistralmente el perfil de los que se arrimaban al poder en la noche del 14 de abril de 1931:
Acudía a casa de los vencedores una nube de parásitos y rencorosos, republicanos "de toda la vida", que unas horas antes habían pordioseado en Gobernación un acta de concejal monárquico, masones durmientes que despertaban de pronto reestrenando en manos y orejas los viejos signos olvidados, estudiantes gafudos y pedantes de la FUE, catedráticos krausistas, médicos ensayistas y taciturnos escritores del 98, y toda una turbamulta de grandes fracasados, enfermizos intelectuales de sexualidad mal definida, militares arrojados por los tribunales de honor, periodistas de La Voz y del Heraldo, y estudiantes que habían perdido todas las oposiciones. Veían en la República un botín cuantioso. Se repartían mentalmente los cargos.
O más adelante, una vez proclamada ya la II República, nos habla de la venganza del pobre:
Era un lírico del odio, un polemista de la venganza. (...)Ese era el símbolo de los mediocres en la hora gloriosa de la revancha. Un mundo gris y rencoroso de pedagogos y funcionarios de Correos, de abogadetes y tertulianos mal vestidos, triunfaban con su exaltación. Era el vengador de los cocidos modestos y los pisos de cuarenta duros de los Gutiérrez y González anónimos, cargados de hijos y de envidia, paseando con sus mujeres gordas por el Parque del Oeste, de los boticarios que hablan de la Humanidad, con h mayúscula, de los cafés lóbregos, de los archivos sin luz, de los opositores sin novia, de los fracasados, de los jefes de negociado veraneantes en Cercedilla, de todo un mundo sin paisaje ni sport, que olía a brasero, a Heraldo de Madrid y a contrato de inquilinato.
Con este ambiente cutre y hostil qué mejores versos para acabar que los de Carlos Miralles, un joven católico y monárquico que sufre por su confusa y atribulada España:

Plúgole a Dios darme el ser
en este siglo sin Dios;
oscuro como no hay dos,
noche sin amanecer.

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