Hay gente que le echa bastante caradura a la vida, y la verdad es que muchas veces es gracioso ver a estas personas en acción. Son expertos en romperte la cintura, y te hacen reír por sorpresa. Sirvan como ejemplo de lo que digo dos anécdotas que he presenciado: una ocurrió este último fin de semana y de la otra hará ya unos cinco años.
El pasado fin de semana voy a echar gasolina al coche: en el momento de pagar veo que una cola está abarrotada y la otra vacía. Al fondo, la cajera desocupada dice: por aquí sólo combustible. Aliviado, me cambio de cola y accedo directamente a pagar mis diez euros de diésel. Mientras me da el cambio, la cajera vuelve a decir bien alto: por aquí sólo combustible. Entonces, un tío, más ancho que largo, se cambia de cola y pone su caja de cervezas sobre el mostrador, mientras dice a la cajera: esto es combustible para el cuerpo. El amo. Casi le aplaudimos.
A quien sí que aplaudimos fue al protagonista de la anécdota de hace cinco años. Iba yo paseando tranquilamente por García de Paredes en la soledad y el fresquito de una mañana de verano a primera hora. Al girar por Fernández de la Hoz en dirección José Abascal, veo en mi acera, a mitad de calle, a un barrendero haciendo su trabajo, y al fondo, caminando en sentido opuesto al mío, a una joven. Nos cruzamos ella y yo a la altura del barrendero, que no ha dejado de observar los andares de la moza. Y, apoyándose en su escoba, dice el muy caradura: ese bomboncito que nunca se me derrita. Si hubiera sido un vagabundo lo habríamos invitado a desayunar por lo que nos hizo reír.
Hay que tener cuidado: hay mucho amo que anda por ahí suelto...
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