miércoles, 13 de mayo de 2009

Mira, hijo...

Decía un hombre de setenta años, jubilado del feroz mundo de los negocios, a su discípulo de cincuenta -un niño para él-, cogiéndole del codo con ademán de iniciar un largo paseo:

Mira, hijo, cuando yo tenía tu edad, no había quien me frenara. El mundo era mío. Ahora yo ya no tengo fuerzas para ésto. Supongo que es ley de vida: hay que dejar paso a las generaciones futuras. Pero déjame que te aconseje algo...

Todo un clásico, sin lugar a dudas, que me sugirió mi amigo Francisco.

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