El arte del toreo es como la religión o como el jamón serrano: tiene sus detractores. Son paganos o puritanos que no han alcanzado a comprender el significado profundo de la belleza que encierra. Unos por materialismo y otros por espiritualismo, no aciertan a entender que es posible una armonía de cuerpo y alma en el hombre, que le hace vibrar al ver el triunfo del intelecto sobre la bestia, con riesgo de la propia vida. Y es que en los toros se da a la perfección esa síntesis de lo humano y lo divino: el matador, al tiempo que pisa la arena, pisa el más allá. Los pies en la tierra y la mirada en el cielo. Éste, amigos míos, es el arte del toreo.
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